Por Sergio Méndez
Tijuana es territorio del crimen organizado.Eduardo Medina Mora, procurador de la República acepta la presencia y el control del Cártel Arellano Félix (CAF) en esta frontera. Ejecuciones, balaceras y secuestros se han infiltrado en la cotidianidad de los tijuanenses. Reiterarlo es redundante.
Paralelo a este fenomeno, está el de la Narco-cultura, del profundo impacto psicológico que tienen los sucesos delictivos en los sicarios en gestación.De la mole mediática se desprenden, por un lado, toneladas de notas periodísticas en las que se relatan las disputas entre corporaciones policíacas y el hampa, entre cárteles o, incluso, entre células de una misma organización; y por el otro, en los narco-corridos, se exponen historias que se anticipan a las versiones oficiales y periodísticas, en las que se idealiza a los antihéroes surgidos del hampa.
Los lugartenientes del CAF han adquirido proporciones mitológicas, han reemplazado a las figuras paternas y son objeto de culto entre adolescentes ávidos de modelos a seguir, tras la descepción de la brutalidad social de sus entornos.Se ha arraigado entre los jóvenes con delirios delincuenciales un sentido de identidad por el Cártel de Tijuana.El apego a esta ciudad se manifiesta en expresiones como “defender” o “administrar La Plaza” y evitar, a punta de balazos y “levantones”, la llegada del Cártel de Sinaloa.
El deseo de pertenecer a la Narco-gesta o a la Narco-mitología es motivo de que circulen, por la calle, versiones alucinantes de parentescos, amistad o estar bajo la protección de los capos.
El estatus se mide según la cercanía al CAF.El impacto cultural del Narco ha dejado vestigios en el lenguaje. Han surgido neologismos como “levantón” (plagio por ajuste de cuentas) o pozolear (disolver un cadaver en ácido para eliminar evidencia).
Expresiones como los Narco-corridos, gestas relatadas en música norteña, con sus desacatos literarios, son retos a la autoridad.El grupo Explosión Norteña, hace mofa del gobierno en su canción “La Plaza no es negociable”:“Hay gobierno mexicano/ qué te pasa de repente/ con la people de Tijuana/ ya te ves incompetente/ te la volviste a pelar/ con El Tigrillo y su gente”Escuchar estas formas musicales, provee de la sensación placentera de ser partícipe de las batallas de armas de alto poder y de poseer estrategia y agudeza asesinas.
El cobijo que busca esta generación en las figuras idealizadas de narcotraficantes, puede tener origen en el desgaste de la figura paterna que padecen la mayoría de los mexicanos; mientras que las aspiraciones gangsteriles, en la necesidad de atención y reconocimiento familiares.
La Narco-cultura es sólo una vía para canalizar la descepción por la vida; el origen de la violencia, de las aspiraciones criminales deriva en mayor medida de las neurosis familiares.
La generación de sicarios que opera actualmente en Tijuana fue lacerada en casa, a temprana edad.La ira acumulada tras años de violencia psicológica doméstica, alimentó a los potenciales sociópatas y psicópatas que ahota ejecutan secuestros y levantones.
La adhesión de jóvenes a las células delictivas además de tener origen en motivaciones sociales como la pobreza y el culto al narco, y psicológicas como la disfunción familiar, tiene que ver con la necesidad de ejercer y demostrar un poder que una vida funcional, al margen de la obediencia, les niega.
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